Medellín
28 de mayo de 2025

Colombia, con el corazón abierto

Juliette De Banes Gardonne

Golpeados por años de violencia, los habitantes de la región de Medellín exorcizan el dolor cantando. El Coro Reconciliación permite así a víctimas y excombatientes unirse de una forma sin precedentes y hacer oír su voz.

Coro Reconciliación

Foto: Nora Teylouni para Le T.

Cementerio de San Pedro, Medellín. Una ligera brisa agita las hojas de las palmeras, mientras el canto de los pájaros en lo alto de esbeltos cipreses apacigua la quietud del lugar. A lo lejos, el zumbido de una desbrozadora completa esta discreta polifonía, aparentemente apreciada por las estatuas inmóviles. Originalmente, San Pedro estaba reservado al descanso eterno de la élite intelectual: aquí están enterrados presidentes y personalidades nacionales. También es el cementerio que guarda más restos de mafiosos, sicarios y traficantes de poca monta.

En 1991, cuando Pablo Escobar (1949-1993) estaba en guerra con el Estado, la violencia alcanzó su punto álgido en la ciudad y San Pedro llegó al límite de su capacidad. No sólo los miembros del cartel de Medellín mataban indiscriminadamente, sino que las bandas se disputaban el control de los barrios periféricos. Ese año fueron asesinadas 4.585 personas. La galería de los dolores lo recuerda: el mármol blanco de las tumbas contrasta con los vivos colores de las miles de flores de plástico depositadas allí, junto con fotos, pequeños globos y reliquias de San Miguel Arcángel.

Los caminos del cementerio de San Pedro, el más antiguo de la ciudad. En los años en que estalló la violencia en Medellín, había alcanzado su capacidad máxima. Foto: Nora Teylouni para Le T.

La historia de Colombia está intrínsecamente ligada a la de la violencia. Entre 1985 y 2018, el conflicto entre el gobierno y los grupos paramilitares causó 450.664 muertos, 121.768 desaparecidos y 7,7 millones de desplazados, según cifras de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Los acuerdos de paz firmados el 24 de agosto de 2016 en La Habana entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) pusieron fin a un sangriento conflicto armado de más de medio siglo. Hoy, el ambicioso proceso de "paz total" liderado por el gobierno del Presidente Gustavo Petro pretende silenciar los fusiles, acabar con el narcotráfico y hacer justicia social. Pero "una guerra es más fácil de empezar que de terminar", escribió Gabriel García Márquez en Cien años de soledad.

En 2019, para apaciguar los recuerdos, la Orquesta Filarmónica de Medellín fundó el Coro Reconciliación. ¿El objetivo? Devolver la voz a quienes habían perdido la capacidad de hablar a causa del conflicto armado. "Desde los procesos de desmovilización y reinserción (de los grupos paramilitares y las FARC), el tema de la reconciliación empezó a ocupar un lugar importante en el escenario nacional. La polarización de la sociedad se hizo evidente en hechos como la aprobación de los acuerdos de paz, y los diversos procesos liderados por organizaciones sociales empezaron a incluir actores como los desmovilizados y reincorporados, que también necesitan espacios de diálogo y expresión", explica María Catalina Prieto, directora de la Filarmónica de Medellín (Filarmed), iniciadora del proyecto. "Con esto en mente, y en línea con su misión de transformación a través de la música, la orquesta decidió hace seis años crear el Coro Reconciliación para que víctimas y firmantes de diversos procesos de paz tuvieran un espacio de encuentro."

Curar a los vivos

Situado no lejos del parque de El Poblado, donde los exuberantes filodendros parecen sacados de un cuadro de Sam Szafran, el equipo de Filarmed nos recibe calurosamente con un tinto, el café local que nos sumerge y ayuda a vencer el jet lag.

"El Coro Reconciliación es la única iniciativa que aborda el tema desde una perspectiva coral", explica Juanita Eslava, responsable de programas sociales de la Filarmónica. "La convocatoria se realiza constantemente a través de distintas organizaciones sociales vinculadas a procesos de víctimas y firmantes. Para ingresar al coro, las personas deben certificar que están inscritas en el Registro Nacional de Víctimas o que son firmantes de alguno de los procesos de paz (registrados en la Agencia Nacional para la Reintegración y la Normalización). No se requiere formación musical previa".

En el barrio de Castilla, el gimnasio Juanes de la Paz lleva el nombre del cantante de Medellín que saltó a la fama hace unos quince años con su éxito La Camisa Negra, que sonó sin cesar en las radios de todo el mundo. Antonio* nos espera. Su rostro, todavía juvenil, irradia amabilidad. Hijo de excombatientes, cuenta su historia con modestia: "Hasta los 8 años, la violencia era mi vida cotidiana. En el municipio de Anorí (departamento de Antioquia), fui testigo de enfrentamientos entre diferentes grupos. Hoy, necesito dejar eso atrás". Como excombatiente, su madre se beneficia del programa Coro Reconciliación. Antonio la acompaña y escucha los ensayos en silencio. "Un día, el director del coro me invitó a unirme". Desde entonces, el joven canta en la sección de bajos. Y añade: "Estoy deseando que llegue cada sábado, nuestro día de ensayo, para desconectar de la semana. Cantar en un coro es como trabajar en equipo: tienes que convertirte en una sola voz". Cuando le preguntamos por el futuro de su país, responde con calma: "Mi generación se adapta a los tiempos". Sueña con ser director de orquesta o violonchelista.

En el gimnasio Juanes de la Paz, Antonio es el miembro más joven del coro. Su madre, ex combatiente, cantaba en el Coro Reconciliación antes de que él ingresara. Foto: Nora Teylouni para Le T.

El sábado, nos unimos al ensayo semanal del coro, celebrado en un antiguo edificio hospitalario. El ambiente es alegre. Sentado al piano eléctrico, Freddy Lafont comienza con un calentamiento físico. Este multiinstrumentista de origen cubano dirige el coro desde hace tres años. Para guiar al conjunto, se basa en un método de aprendizaje musical desarrollado por Jim Daus Hjernøe: El Coro Inteligente.

Ensayo del Coro Reconciliación bajo la dirección de su director, Freddy Lafont (en primer plano, a la derecha). Foto: Nora Teylouni para Le T.

Marcela* canta en la sección de contralto desde hace cuatro años y medio. Recuerda sus inicios musicales cantando y tocando la guitarra de niña, antes de explicar por qué se unió a las FARC: "Cuando la guerrilla estaba en la selva, yo no estaba con ellos, pero mi hijo era uno de los falsos positivos. Necesitaba saber la verdad sobre su muerte. El Estado acusó a las FARC de matarlo, pero era falso". Así fue como se acercó más a la guerrilla y empezó a abogar con ellos. "Son mis hermanos de lucha", dice. "Aunque Gustavo Petro se ha comprometido con la paz total, seguimos en una guerra encubierta. Pero los colombianos empiezan a despertar y a entender que todos deben actuar y asumir su responsabilidad. El Estado no es el único actor de este cambio".

Escándalo en la cúpula del Estado

El escándalo de los falsos positivos merece una revisión. El ejército colombiano, disfrazado de guerrillero para engrosar sus estadísticas de guerra, secuestró y asesinó a personas inocentes. En 2005, el gobierno del presidente Álvaro Uribe, a través de su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, promulgó el Decreto 14.52, un sistema de recompensas muy lucrativo diseñado para animar a los soldados a localizar a guerrilleros. Tres millones de pesos (unos 780 francos suizos) por un guerrillero muerto; cinco mil millones (unos 1,3 millones de francos) por matar a un jefe de las FARC. Estas sumas llevaron a algunos a inventar falsos combatientes de las FARC y falsas víctimas. El politólogo Mauricio Romero fue uno de los primeros en revelar los vínculos entre la clase dirigente colombiana y los grupos paramilitares.

Informes del Centro Nacional de Memoria Histórica han establecido que el 75% de los crímenes cometidos en Colombia fueron llevados a cabo por fuerzas del Estado, organismos estatales y grupos paramilitares. Con la complicidad del ejército, los paramilitares llegaron a construir hornos crematorios para deshacerse de los cuerpos de sus víctimas. El periodista colombiano Javier Osuna investigó estos centros de exterminio. En 2015, publicó un libro, Háblame de fuego: los hornos de la infamia. Desde entonces, vive bajo protección policial.

Con gafas de sol, Liliana* posa como una diva. "Mis antepasados eran gitanos. Estudié música en la Universidad de Tolima (en la región andina del centro-oeste de Colombia)", dice la cantante. "En un momento de mi vida, elegí un camino diferente para curar mi dolor. Desde muy joven estuve expuesto a la violencia: viví entre armas, pandillas, la guerrilla. Hoy, cantar con este coro me permite expresar mi arte y mis valores, y tratar de dejar atrás toda esa violencia para mirar hacia el futuro. Aquí en Colombia, los transexuales como yo estamos aún más expuestos a ataques y agresiones. Lo que quiero ahora es vivir en paz, perdonar, respirar y dar amor". Liliana también sueña con que algún día las mujeres trans puedan estar a salvo.

Una ciudad en expansión

Al día siguiente, de camino a Bello, uno de los municipios limítrofes con Medellín, la conversación gira en torno a la urbanización. Lina, nuestra fixer, nos explica cómo el metro de Medellín y sus diversos teleféricos han contribuido a abrir barrios pobres antes controlados por los narcotraficantes. Por la noche, la ciudad parece un pulpo que extiende sus tentáculos por las laderas. En Bello, las calles suben empinadas y la casa de Noelia parece suspendida de los tendederos. Los cables eléctricos trazan las líneas de una partitura musical a través del cielo.

El Metrocable de Medellín. Esta red de transporte ha contribuido a reducir los índices de delincuencia al abrir zonas pobres antes controladas por los narcotraficantes. Transporta 40.000 pasajeros al día. Foto: Nora Teylouni para Le T.

Cuantos años de espera, cuantos años buscando, quantos años de dolor. De angustia y esperanza, de cansancio en el corazón. (Cuántos años de espera, cuántos años de búsqueda, cuántos años de dolor. De angustia y esperanza, de cansancio en el corazón).

Sentada a la mesa del comedor, entre una botella de Coca-Cola y lo que entendemos son fotos de sus hijos, Noelia empieza a cantar. Contenemos la respiración, pero no las lágrimas. "La letra habla de la desaparición forzada que sufrí", explica. "Perdí a mis dos hijos. El primero desapareció el 23 de noviembre de 1998. Iba en un autobús cuando los soldados le obligaron a bajarse; nunca volví a verle. Lo busqué en las morgues de varios departamentos de Colombia. Al cabo de un tiempo, agotada, tuve que dejarlo". El 6 de junio de 2002 secuestraron a su segundo hijo. "Fue una orden del gobierno para secuestrar a jóvenes y presentarlos como guerrilleros", dice Noelia, refiriéndose también al escándalo de los falsos positivos. "Soldados armados llegaron una noche durante la cena y dijeron: 'No se preocupe, su hijo volverá para comer'. Nunca volvió. Tenía 23 años".

Tiempo después, su hija intentó averiguar más sobre la desaparición de su hermano y se enteró de que lo habían matado y enterrado en una fosa común en el departamento del Guaviare, en el sureste de Colombia. "Un grupo paramilitar secuestró a mi hijo", afirma Noelia. Tras esta tragedia, se unió a Madres de la Candelaria, un grupo de familiares de víctimas de secuestro, asesinato y desaparición forzada en Colombia que trabaja para denunciar las violaciones de derechos humanos y exigir verdad y justicia en nombre de la memoria colectiva. La desaparición forzada es un delito cometido por todas las partes del conflicto armado: paramilitares, guerrillas y agentes del Estado.

En junio de 2004, tres hombres armados llegaron de noche al domicilio de Noelia. Vivía con su hija, madre soltera de dos niñas de 2 y 4 años. Los soldados se llevaron por la fuerza a la mujer, de 22 años, la obligaron a despedirse de sus hijas y de su madre, le dispararon una vez en la cabeza en el umbral de la puerta y vaciaron el resto de sus disparos en su cuerpo.

"La violencia me impedía ser otra persona", continúa Noelia. "Tengo el corazón tan roto que he sufrido cuatro infartos. No estaría aquí sin la música. Fue la mano de Dios la que me ayudó a salir adelante. El Coro Reconciliación me mantiene viva. Es como una terapia. Cantar al mundo lo que pasó es una forma de mantener viva la historia y escapar del silencio".

*Los nombres han sido modificados

El Instituto Edgelands, impulsor de la transformación social en varias ciudades del mundo, entre ellas Medellín, financió los gastos de viaje de los periodistas, haciendo posible este reportaje.