Cambridge
9 de agosto de 2021

La desconfianza de Ethan Zuckerman: Reseña

Cat Keegan

"Personalmente, me cautivaron las ideas teóricas de Zuckerman sobre el poder blando y su análisis de los fallos de las instituciones nacionales (...)", afirma Cat Keegan sobre Mistrust, de Ethan Zuckerman.

Un grupo de personas sostiene pancartas en apoyo de Black Lives Matter en una protesta en Oakland, California. La foto es en blanco y negro.

Protesta de Black Lives Matter en Oakland, California, en 2016. Fotografía de Sean Hodrick Alamy.

‍La desconfianza es difícil de explicar con palabras. Es a la vez un análisis del estado actual de las democracias modernas y una teoría sobre cómo podemos lograr un cambio positivo en una época en la que parece que nuestros sistemas se desmoronan. En este sentido, creo que Ethan Zuckerman diagnostica los problemas y propone soluciones. Dentro de una exploración general de los fallos de las instituciones democráticas y de la arquitectura de los movimientos de base que han surgido en todo el mundo como respuesta (por ejemplo, #MeToo y las Primaveras Árabes), Zuckerman abarca una amplia gama de temas, desde el auge del nacionalismo hasta el dominio de las grandes empresas tecnológicas. Debido a su enorme alcance, imagino que cada lector se identificará con diferentes aspectos de Desconfianza. A mí personalmente me encantaron las ideas teóricas de Zuckerman sobre el poder blando y su análisis de los fracasos de las instituciones nacionales (en particular en el contexto británico, pero también el obsoletismo del Estado-nación en general).

Adaptando la teoría del "punto patético" de Lessig (una teoría socioeconómica de la regulación), Zuckerman propone cuatro "palancas" para conceptualizar las fuerzas en juego en la relación entre instituciones y ciudadanos: ley, código, mercados y normas. En el caso de la economía colaborativa, Zuckerman explica cómo empresas como Airbnb y Uber han puesto patas arriba las instituciones mediante una combinación de arquitectura técnica (código), ajuste concertado de los comportamientos y percepciones de los consumidores (normas) y mecanismos de mercado. De este modo, ofrece una teoría del cambio basada en enfoques alternativos ascendentes, reflejando de hecho los argumentos esgrimidos por los estudiosos de la gobernanza global. En el contexto del fomento de la adhesión de los Estados a las normas internacionales de derechos humanos, se ha dicho que los enfoques estrictamente descendentes, formales y basados en la ley tienen menos éxito que los dirigidos por los ciudadanos y basados ennormas1. Del mismo modo, Zuckerman destaca el papel de la sociedad civil y el acto de "nombrar y avergonzar" a las instituciones para que rindan cuentas, en paralelo al énfasis en la movilización de actores alternativos y canales de influencia que también puede encontrarse en la literatura sobre gobernanza global.2 En general, el marco de las "palancas" representa una descripción exhaustiva de la regulación y la resistencia en la era moderna, que se ejercen en gran medida a través de medios que van más allá de la aplicación física.

Además de los fenómenos a nivel macroeconómico, Zuckerman aborda cómo podemos lograr cambios a nivel individual o local. Distingue entre institucionalistas e insurreccionalistas. Los primeros se esfuerzan por cuestionar y mejorar las instituciones existentes, y los segundos pretenden desbaratarlas y sustituirlas por algo diferente. Mientras que los institucionalistas tienen una alta eficacia interna y externa -fe en sí mismos y en las instituciones-, los insurrectos demuestran una alta eficacia interna y una baja eficacia externa. Los primeros pueden ser personas excluidas de las "instituciones formales de poder" que, sin embargo, se sienten capacitadas para cambiarlas, como las que participan en el movimiento por los derechos civiles. Sin embargo, Zuckerman propone en última instancia que todas las formas de participación cívica son materiales. Rechaza la noción de "slacktivism" y sostiene que la participación "delgada" -la que es de baja demanda pero generalizada, por ejemplo, expresar solidaridad a través de logotipos y filtros en las fotos de perfil, compartir memes e incluso el acto de votar- es tan importante como la participación individual "a nivel de Gandhi" ("gruesa"). El #MeToo, por ejemplo, tuvo un enorme impacto mediante la participación "fina".

Zuckerman analiza cómo las instituciones tradicionales han fallado a determinados grupos. Su análisis de los Estados-nación -y de la salida como derecho fundamental y forma de expresión política- me pareció especialmente convincente. Sugiere que los Estados-nación son instituciones abrumadoramente problemáticas debido a normas arbitrarias e injustas como la ciudadanía por nacimiento y los visados "dorados" (algo con lo que estoy totalmente de acuerdo). Entre las iniciativas de descentralización se encuentra Bitnation, una nación digital basada en "contratos inteligentes" entre participantes voluntarios. Una de las ventajas de Bitnation es que proporciona tarjetas de identidad digitales a los refugiados, lo que les permite aprovechar las redes de confianza y restablecer sus identidades. Sin embargo, Zuckerman critica los valores libertarios subyacentes de una nación construida sobre contratos (que pueden permitir a los participantes eludir obligaciones con quienes no han interactuado). En otras partes de su libro, sostiene que es probable que cada movimiento disruptivo pase por alto algún aspecto del contexto social en el que se inscriben las instituciones, lo que acarreará consecuencias imprevistas para determinadas poblaciones. De este modo, predice un ciclo en el que las instituciones disruptivas que tienen éxito se convierten en objetivo de nuevos contramovimientos (por ejemplo, Sherpa-Share es una aplicación que devuelve cierto poder a los conductores de Uber privados de sus derechos). En mi opinión, los enfoques multidisciplinares son imprescindibles: abogados y científicos que comprendan las implicaciones sociales de la tecnología podrían trabajar con expertos técnicos para llegar a soluciones que tengan en cuenta los intereses de todos los grupos.

En su relato de los orígenes y manifestaciones de la desconfianza, Zuckerman se centra principalmente en Estados Unidos, sugiriendo que la desigualdad social y económica -junto con el auge del periodismo de investigación y los medios de comunicación participativos- sentaron las bases del nacionalismo y la polarización política. Aunque aborda explícitamente este sesgo, yo diría que, no obstante, Mistrust presupone una familiaridad con la historia política estadounidense que algunos lectores (entre los que me incluyo) pueden no tener. Sin embargo, como británico, la exploración complementaria de Zuckerman sobre la desconfianza en el Reino Unido me tocó inevitablemente la fibra sensible. Nombra a la administración Thatcher como un precipitador clave, y de hecho he observado los residuos de sus políticas neoliberales. Las ciudades y pueblos del norte de Inglaterra han permanecido en un estado de estancamiento socioeconómico desde que Margaret Thatcher aplastó a los sindicatos y cerró las minas. Para las poblaciones locales, incluso escapar temporalmente de la escasez de oportunidades es difícil (una compañía nacional privada de ferrocarriles significa que un tren a Londres desde el pueblo de mis padres en Nottinghamshire, por ejemplo, puede costar fácilmente más de 1003 dólares, un precio que la mayoría no puede permitirse). Según el censo nacional, en 2011 solo el 15% de la población de este pueblo había recibido educación superior y el 28% no tenía ningún tipo de cualificación. Son comunidades como estas las que, irónicamente, votaron de forma más abrumadora a favor del Brexit, a pesar de que los proyectos comunitarios suelen estar financiados por la UE. En mi opinión, estos votos reflejan un desvío de su desconfianza y frustración.

Varios puntos planteados en Mistrust me han hecho pensar en el Instituto Edgelands. Zuckerman menciona la "subvigilancia", término acuñado por Steve Mann, según el cual los ciudadanos utilizan tecnologías como los teléfonos inteligentes o las cámaras corporales para denunciar la injusticia institucional. Además, las iniciativas pop-up pueden ser un ejemplo de los movimientos sociales innovadores que, en opinión de Zuckerman, ofrecen vías para un cambio significativo. En concreto, afirma que hay esperanza en las instituciones y movimientos locales, incluidos los prometedores esfuerzos de las ciudades por establecer colaboraciones entre actores del mundo académico, la sociedad civil y los gobiernos. ¿Le suena? 

REFERENCIAS

1. Goodman, R., y Pegram, T. (eds.) (2012). National Human Rights Institutions, State Conformity, and Social Change: Assessing National Human Rights Institutions. Cambridge University Press, pp. 11-71.

2. Pegram, T. (2017). Human Rights: Leveraging Compliance', en Hale, T. y Held, D. (eds.). Beyond Gridlock. Polity Press, pp. 142-161.

3. Basado en los precios que figuran en el sitio web oficial de National Rail (https://www.nationalrail.co.uk/)