En una era en la que las interacciones digitales configuran casi todos los aspectos de la vida, ¿cómo podemos redefinir el contrato social entre ciudadanos, gobiernos y empresas?
En una era donde las interacciones digitales configuran casi todos los aspectos de la vida, ¿cómo podemos redefinir el contrato social entre ciudadanos, gobiernos y empresas? Esta pregunta fue el eje central de nuestro 5.º Diálogo Digital Interurbano , donde participantes de diferentes ciudades de Edgelands exploraron cómo la Generación Z se desenvuelve en el mundo hiperconectado actual y qué esperan de los sistemas que lo gobiernan.
A través de esta conversación surgieron temas clave en torno a elección, control, censura y vigilancia, lo que subraya una profunda preocupación por la integridad digital, pero también un deseo de reimaginar la dinámica de poder del panorama digital.
Los participantes compartieron experiencias directas sobre la vigilancia en la vida cotidiana, desde el reconocimiento facial en aeropuertos hasta el seguimiento del comportamiento basado en IA en supermercados, y las aplicaciones de seguros médicos que rastrean hábitos diarios como la actividad física y la dieta. Estas tecnologías prometen eficiencia y seguridad, pero muchos expresaron su incomodidad con las desventajas, especialmente a medida que la recopilación de datos se vuelve más intrusiva.
Una preocupación notable fue la dimensión geopolítica de la vigilancia, en particular en lo que respecta a gigantes de las redes sociales como TikTok. Si bien la mayoría de las grandes empresas tecnológicas utilizan prácticas similares de recopilación de datos, ciertas plataformas son objeto de mayor escrutinio que otras, a menudo debido a tensiones políticas más que a preocupaciones genuinas sobre la privacidad.
Más allá de la recopilación de datos y las preocupaciones geopolíticas, la vigilancia también contribuye a la censura. Se señaló que el aumento de la vigilancia de los espacios digitales, a menudo disfrazado como la necesidad de crear espacios más seguros, plantea importantes interrogantes sobre la libertad de expresión y la propagación de desinformación.
A pesar de estas inquietudes, los participantes reconocieron una paradoja preocupante: ellos y sus compañeros siguen usando y dependiendo de plataformas que saben que son abusivas, y siguen aceptando políticas invasivas sin cuestionarlas, firmando términos y condiciones que no han leído. Esta obediencia silenciosa, coincidieron todos, se ha convertido en una regla tácita de la interacción digital.
Las plataformas digitales y las herramientas de IA presentan tanto oportunidades como riesgos, y esta tensión quedó patente en los ejemplos globales planteados durante el debate.
En Kenia, por ejemplo, activistas utilizaron herramientas basadas en IA para traducir proyectos de ley complejos, facilitando el acceso a la información y ayudando a combatir la desinformación de funcionarios públicos. La IA también ayudó a indexar casos de corrupción, exponiendo conductas indebidas y exigiendo responsabilidades a los líderes.
De igual manera, las plataformas de redes sociales han facilitado la organización popular y la movilización pública contra las políticas gubernamentales. Sin embargo, estas mismas tecnologías se han utilizado como arma para la represión: se han desplegado para rastrear e intimidar a disidentes políticos, con informes de personas secuestradas o desaparecidas tras la represión gubernamental.
Estos casos ilustran una paradoja central: la IA y las plataformas de redes sociales pueden mejorar la democracia, pero también pueden fortalecer el control autoritario.
Los participantes también reflexionaron sobre la creciente cultura de vigilancia en el ámbito académico y profesional. Los sistemas en la nube plantean interrogantes sobre cómo las universidades, los empleadores y los gobiernos acceden y utilizan los datos almacenados. Algunos destacaron que los investigadores que investigan temas sensibles se enfrentan a vulnerabilidades únicas, a menudo careciendo de las mismas protecciones que se ofrecen a los periodistas.
Si bien existen alternativas de código abierto con mejores prácticas de privacidad y seguridad, siguen siendo difíciles de adoptar e integrar ampliamente, lo que deja a muchos usuarios atrapados en entornos digitales en los que no confían pero de los que no pueden escapar.
A lo largo de la conversación, un tema sobresalió: la necesidad de replantear quién ostenta el poder en los espacios digitales. Los participantes exigieron más espacios públicos seguros, diálogos abiertos, regulaciones más rigurosas e infraestructuras digitales alternativas para afrontar la creciente preocupación por la extralimitación corporativa, la vigilancia y la erosión de la autonomía digital.
A continuación se presentaron algunas propuestas:
El debate subrayó una preocupación colectiva: sin una intervención significativa, los espacios digitales seguirán siendo moldeados por quienes se benefician de ellos, en lugar de por quienes los habitan. Recuperar la autonomía digital requiere concienciación pública, cambios en las políticas y un replanteamiento fundamental del contrato social digital.