Los seres humanos tenemos la tendencia, incluso la necesidad, de compartir nuestras vidas, desde los acontecimientos más impactantes hasta lo cotidiano.
¿Qué es lo que nos hace humanos? Desde los científicos más curtidos hasta los poetas más enloquecidos, muchos han intentado descifrar qué es lo que nos diferencia como especie del resto y han llegado a sus propias conclusiones. A pesar de todo, muchos han coincidido en que una parte fundamental de nuestra humanidad es nuestro afán por contar historias.
En las cuevas habitadas hace miles de años, donde los humanos primitivos pintaban murales rupestres, nuestro pariente más lejano, el neandertal, suscitó los primeros intentos de tradición oral al calor de la hoguera. Después se puede seguir el rastro hasta la imprenta y lo más reciente: el muro de Facebook. Los humanos tenemos la tendencia, incluso la necesidad, de compartir nuestras vidas, desde los acontecimientos más impactantes hasta lo cotidiano.
Esta tendencia del ser humano no ha pasado desapercibida para quienes tienen interés en unificar, normalizar, controlar o estandarizar de cualquier otro modo a la población humana. Desde nuestros antepasados primitivos, hemos tratado de crear relatos que tengan una historia más o menos coherente, destacando y enfatizando los detalles que unen y tratando de borrar aquellas cosas que se consideran divisorias o que no merecen ser recordadas.
Del mismo modo que las formas, técnicas e instrumentos para contar nuestra historia se han ido perfeccionando y diversificando, también lo han hecho los métodos para vigilar y normalizar los relatos. La tradición oral borró la existencia de los forasteros y esa misma imprenta que originalmente nos permitía poner nuestras ideas por escrito se convirtió en un instrumento de propaganda, y hay muchos otros ejemplos. A pesar de ello, los humanos siguieron compartiendo y contando sus historias libremente, sin miedo a la vigilancia, cantando sus canciones de forma espontánea.
Pero, de repente, llegó al mundo una herramienta que prometía acercarnos a los demás, que proclamaba su capacidad para hacer del mundo un lugar más familiar, e incluso nos permitía disponer de una hoja en blanco, interactiva y multimedia donde plasmar todo lo que se nos cruzaba como personas. Podíamos utilizarla para compartir instantáneamente nuestros pensamientos con cualquier persona del planeta, porque al igual que la narración de historias es fundacional de nuestro ser, también lo es la necesidad de compartir y sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos. De repente, contar historias se convirtió en la actividad a la que dedicábamos la mayor parte de nuestro tiempo, y ¿cómo no íbamos a hacerlo? Teníamos a mano múltiples técnicas narrativas que nos hacían sentir como Borges, pero aún más célebres. Somos dueños de nuestra propia narración, ¿no?
Como en otros momentos de desarrollo histórico de nuestra historia, ha habido una necesidad de controlar estas narrativas. Esto se ha convertido en una necesidad de controlar esa página en blanco que era el muro de Facebook, pero ahora las herramientas que se han desarrollado para este fin son tan poderosas y tan poco comprendidas que esta narrativa, lejos de mostrar las infinitas posibilidades del ser, está estandarizando nuestras historias sobre nosotros mismos y sobre los demás.
En la búsqueda de lo que hace a los humanos diferentes de otras especies, acabamos encontrando la manera de hacer a todos los seres humanos iguales. Me pregunto: en lugar de controlar y estandarizar, ¿no debería utilizarse la tecnología para dar voz a todas las narrativas?
Jony Alexander Vargas vive en Medellín y es licenciado en Psicología por la Universidad de Antioquia. Actualmente trabaja como mentor en COMFAMA.